Castro y su proyecto de guerra en el Cono Sur

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José Rodriguez Elizondo

Resumen

Los cineastas y videastas lo saben bien: las cámaras se enamoran de algunos actores y actrices, sin que les importe su escuela artística, ideología ni su condición humana. Es la magia que, religiosamente, llamamos “carisma”. Fue lo que sucedió con Fidel Castro desde que emergiera a la notoriedad mundial y se dedicara a seducir auditorios, comunicadores y políticos de todos los sexos. Como en las estrellas del espectáculo, su carisma estaba en su ADN. Sólo para efectos didácticos, los politólogos discernían como primer hito la entrevista que le hiciera en 1957 Herbert Mathews, reportero estrella del New York Times, La misma que lo proyectara fuera de Cuba como el Robin Hood de la Sierra Maestra.
Entonces Castro no sólo enamoró al periodista con su retórica y prestancia, sino que lo embaucó con su fuerza, mostrándole un desfile interminable de guerrilleros. El truco consistió en hacerlos desfilar en redondo, ante la ventana de la cabaña donde se desarrollaba la entrevista. Lo más notable fue que, incluso después de burlado, Matthews siguió embobado con el personaje. Explicándose, dijo que fue testigo de un legítimo truco militar y que su olfato periodístico le había permitido revelar al mundo la pasta de líder que había en el cubano.

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Artículos